La luz de la luna, coqueta y encantadora, se filtraba a través del ventanal, salpicándose sobre la cama de agua que era redonda como una luna llena.

La cortina de color violeta pálido de la cama fue levantada, acariciada suavemente por la brisa, tejiendo una onda sobre su suave tela.

Ella no encendió la luz.

Ella conocía a ese hombre tan bien como conocía su propio cuerpo.

Su frialdad, su arrogancia, su mirada orgullosa que lo contemplaba todo, ella los conocía demasiado bien.

Y también…su beso.

A él siempre le encantaba besarla. Al principio, era como si estuviera conquistando una ciudad y saqueando una tierra, luego, tan suave como la lluvia de primavera, siempre provocando que ella, sin darse cuenta, perdiera el conocimiento y se hundiera con él.

La puerta crujió suavemente.

Él estuvo aquí.

Su marido desde hace tres meses.

Sin embargo, ella sentía como si esos tres meses fueran tan largos como un siglo.

Sin mucha conversación, se desvestía y se metía en la cama. Volvía sólo para eso; apenas hablaba.

La cortina de cama de color violeta pálido estaba bajada, esparcida desordenadamente sobre la alfombra de color blanco puro; dentro de esa pila de suaves cortinas de cama, yacían dos figuras entrelazadas.

Todo aquello lo fascinaba.

Ella lo sabía, él disfrutaba de ella en ese estado, ya no lo empujaba fríamente a miles de kilómetros de distancia.

Sin embargo, este cariño sólo pudo durar hasta el final de esta indulgencia.

Una vez amaneciera, regresarían a sus posiciones anteriores, pues esto era solo un pacto para la noche.

Giró la cara y entrecerró los ojos ámbar mientras contemplaba las motas de luz de luna que se reflejaban en la ventana. En el alféizar había un acuerdo de divorcio previamente acordado. Era su última noche y, al día siguiente, ella se regalaría un mundo nuevo.

Levantó lentamente la mano, tocando suavemente su oreja izquierda y sonrió, mientras unos hoyuelos empezaban a formarse en sus mejillas.

De pronto, su beso atacó sus diminutos hoyuelos; su corazón tembló violentamente. Aturdida, giró la cara para mirarlo.

Sus ojos, fríos como un mar de hielo, eran profundos y la miraban fijamente.

"Eliza."

Ella "escuchó" que él la llamaba por su nombre.

Además, le vio decir: "No hay divorcio, no habrá divorcio".

De repente, ella abrió mucho los ojos y lo apartó de sí. Sus ojos sonreían, pero era una sonrisa fría y cruel.

El acuerdo de divorcio, que constaba de sólo treinta y siete palabras, fue hecho trizas por él.

Pedazo a pedazo, como alas de mariposas, volaban desde la ventana del piso 29. La había destrozado tan completamente que el cielo estaba lleno de esas alas de desesperación.

"Eliza, recuerda, lo que más detesto es dejarme llevar por otros. Lo que más me gusta es abrirle camino a otros... o a un abismo."

Así que nada se le escapó a los ojos.

Todo había vuelto al punto inicial.

El destino que fue dispuesto hace mucho tiempo es algo de lo que no se puede escapar.

"Eliza, ¿hay algo más que quieras saber?"

Él levantó su rostro y sonrió, su voz era tan clara como el viento fuera de la ventana.

Hay mucho que ella quiere saber.

Entrecerró los ojos una vez más y finalmente decidió permanecer en silencio. ¿Quién es la trampa de quién, quién es el abismo de quién, quién es el veneno de quién? ¿Quién lo sabe hasta el final?