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Intocable

Intocable

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En proceso

Introducción
Dejado a un lado dentro de su propia manada, el aullido de una joven mujer loba es silenciado por el peso aplastante y la voluntad de los lobos que la verían sufrir. Después de que Cecilia es acusada falsamente de asesinato dentro de la manada Zircon Moon, su vida se desmorona en las cenizas de la crueldad y el castigo. Solo después de encontrar la verdadera fuerza de un lobo en su interior, puede esperar escapar de los horrores de su pasado y seguir adelante... Después de años de lucha y curación, Cecilia, la sobreviviente, se encuentra una vez más en desacuerdo con la antigua manada que una vez marcó su muerte. Se busca una alianza entre sus antiguos captores y la familia que ha encontrado en la manada Garnet Moon. La idea de una paz creciente donde yace el veneno es poco prometedora para la mujer ahora conocida como Daniela. A medida que el creciente estruendo del resentimiento comienza a abrumarla, Daniela se encuentra con una sola opción. Para que sus heridas supurantes sanen de verdad, debe enfrentarse a su pasado antes de que devore a Daniela como hizo con Cecilia. En las sombras crecientes, un camino hacia el perdón parece entrar y salir. Después de todo, no se puede negar el poder de la luna llena, y para Daniela quizás la llamada de la oscuridad pueda resultar igual de inflexible...
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Capítulo

Nota del autor: Intocable, hace referencia a los siguientes temas: abuso, trauma, suicidio, recuperación del trauma y recaída emocional. Este libro y la serie no son adecuados para todo tipo de lectores. Si bien el tema de la lo sobrenatural, los hombres lobo y la magia es el punto focal de la historia, la serie tratará los efectos del trauma y el abandono asociados con la protagonista principal femenina. Si cualquiera de los temas mencionados pudiera llegar a afectarlo, no continúe leyendo por su propia salud mental. Esa es la única advertencia. En caso de que decidiera hacerlo, deberá asumir su propio riesgo.

Sangre.

De repente, un líquido carmesí cubrió mi rostro, filtrándose de la herida abierta en mi frente. Su sabor metálico mezclado con la salinidad de mis lágrimas sirvió como un recordatorio de mi golpiza anterior. Mi cuerpo aún palpitaba mientras un par de puños fantasmas y unos zapatos con punta de acero parecían abrirse camino en mi carne como si todavía me estuvieran azotando. Con cada movimiento de mis miembros, la agonía se disparaba a través de mi frágil cuerpo hasta que me refugié en la sucia esquina de mi celda, la cual se había convertido en mi hogar durante años.

Aquel horrible lugar había sido testigo de la transformación de una pequeña niña asustada en una adolescente igualmente atemorizada. A veces, hasta olvidaba que aquellas paredes habían sido testigos de tantas atrocidades cometidas contra mi cuerpo, aún más de las que podía recordar.

Pero....¿Por qué estaba allí? Supongo que podría decirse que soy un criminal a quien habían acusado. Mi manada estaba convencida de que yo había sido la responsable de la muerte de mi Luna y su hija hace ocho años. A partir de aquel día, comencé a experimentar en carne propia la deshonra que significaba para todos los hombres lobo. Y desde entonces, soporté su furia ardiente con cada golpe en mi cuerpo demacrado. Cada moretón y corte en mi deslucida piel morena eran mensajes que evidenciaban armoniosamente lo mismo.

«Mereces sufrir.»

No importaba cuánto hubiera gritado o llorado, mis súplicas de inocencia jamás fueron oídas. Nadie deseaba creer mi versión de la historia. De hecho, todavía recuerdo aquel día como si hubiera sucedido ayer, porque quedó grabado a fuego en mi mente.

Liliana Ardith, mi mejor amiga, era hija del gran Alfa Martin Ardith y la Luna Emilia Martine-Ardith. Mi padre, Dylan Lewis Scott, y mi madre, Sara Scott, eran el Beta y la Beta de Alfa Martin. Nuestras familias estaban unidas entre sí, incluidos los Gamma, Lucas y Zoe Wilson. Liliana y yo éramos muy parecidas entre sí. Nuestras madres nos habían criado juntas y nuestro vínculo comenzó a fortalecerse a partir de ese momento. Disfrutábamos de todo lo que hacían las jóvenes de nuestra edad, jugábamos con muñecas, íbamos a la misma escuela, teníamos pijamadas y muchas cosas más. Si una de nosotras andaba por ahí, la otra probablemente la seguiría por detrás. Incluso hasta podría llegar a decir que era más cercana con Liliana que con Alicia, mi hermana mayor, lo mismo sucedía con ella y su hermano mayor, Lincon. No me malinterpreten, amaba mucho a Alicia, pero la diferencia de dos años que había entre nosotras se notaba demasiado, y ella quería estar con niños de su edad.

En efecto, Liliana tenía la dulce inocencia de su madre y el aire de autoridad de su padre. Con el tiempo, la manada comenzó a llamarla ángel, lo que le otorgó su nuevo título de Ángel de la manada. Su sonrisa y su risa eran realmente tan contagiosas que podía alegrar hasta los días más sombríos.

Los ángeles eran hermosos y Liliana era una belleza. Su largo cabello negro le llegaba hasta la mitad de la espalda, el cual había heredado de su madre. Sus ojos azules podían llegar a competir con el más azul de los cielos. Sus mejillas regordetas eran tan dignas de apretujar, que no podía evitar pellizcarlas cada vez que lograba ponerme nerviosa. Estaba orgullosa de poder decir que Liliana era como mi hermana. Sin dudas, estaba segura de que creceríamos para ser un dúo imparable. ¿Las hijas de Alfa y Beta juntas? Era un equipo de ensueño creado por la mismísima diosa de la luna.

Aquel fatídico día, cuando teníamos nueve años, sentí que una gran audacia me invadía, todo lo contrario a mi comportamiento normalmente tímido. En verdad, Liliana era la valiente, lo cual estaba arraigado en sus genes alfa. Entonces, se me ocurrió la idea de hacer a un lado las reglas para ir a jugar a nuestro lugar favorito, un estanque en lo profundo del bosque de robles. Íbamos allí a jugar a la mancha, a hacer pasteles de barro o a soñar con el aspecto de nuestros lobos. Sin embargo, nuestros padres nos habían advertido que nunca fuéramos solos al bosque debido a posibles ataques de forasteros, pero nos sentíamos una pareja rebelde e hicimos todo lo contrario.

Nos creíamos intocables.

Nuestros hermanos mayores se mantenían ocupados con lo que solían hacer los preadolescentes, así que, como la pareja desobediente que éramos, nos fuimos.

No mucho tiempo después, Luna Emilia, o tía Emy, como la llamaba cariñosamente, nos siguió y nos reprendió a ambas por escabullirnos en contra de sus órdenes. Pero Liliana y yo nos divertíamos allí, y de hecho lo volveríamos a hacer. Pero parece que la tía Emy se dio cuenta por la mirada que nos lanzó.

Aquel debería haber sido el final de aquella historia, por lo que deberíamos haber regresado a la manada y continuar viviendo nuestras felices vidas, pero el destino parecía tener una forma enfermiza de acercarse sigilosamente a las personas desprevenidas.

De hecho, debería haber tomado en serio las advertencias de nuestros padres. Pero aquella osadía también acarreó consigo la estupidez, y fui demasiado tonta aquel día. En aquel momento no había habido ataques durante un par de meses, así que realmente pensé que estábamos a salvo. Pero... de repente una docena de repugnantes perros se abalanzaron desde todos los ángulos a nuestro alrededor y fue entonces cuando comprendí que nunca habíamos estado a salvo.

“¡Chicas, corran a casa, ahora! ¡No se detengan hasta llegar allí!” La tía Emy nos gritó antes de convertirse en una hermosa loba negra, lista para protegernos con todo su poder.

Liliana y yo corrimos por nuestras vidas. Nos tomamos de las manos y nos deslizamos tan rápido como nuestras pequeñas piernas nos permitieron.

Pero no llegamos muy lejos antes de que un renegado, más grande que la vida y sin nada que perder, literalmente nos separara la una de la otra. Recuerdo mirar hacia atrás para ver al mayor de los renegados, su líder, desgarrar a mi tía como si fuera un pedazo de papel. El forastero moreno que separó a Liliana de mí no tuvo remordimiento ni conciencia por la forma en que hundió su garra en su pequeño cuerpo. Los gritos de Liliana y la tía Emy quedaron grabados para siempre en mi mente mientras su sangre inocente cubría el denso suelo del bosque. Yo, por alguna razón desconocida, permanecí con vida aquel día, aunque tenía una profunda mordida en mi brazo derecho.

A continuación, el líder, un gran hombre lobo transformado en humano, caminó hacia mí con la sangre de la Luna goteando de su mano, cara y mandíbulas. Extendió la mano y pintó mi cara con su sangre, mientras se reía. Jamás olvidaré esos ojos de un color azul profundo, casi inyectados en sangre, mirando profundamente mi alma temblorosa.

Había perdido a mi mejor amiga y a mi tía. Sus cuerpos destrozados, vacíos de vida, quedaron en medio de charcos de sangre. Y lo único que pude hacer era mirarlas. Parecía como si nada hubiera quedado registrado en mi mente. Todavía sentía el calor fugaz de la mano de Liliana en la mía.

¡Ella no estaba muerta! ¡No podía estar muerta!

¿Bien?

Lo que siguió después fue una horrible pesadilla. El calvario llegó demasiado tarde al lugar porque el ataque ocurrió sin previo aviso. La bocina de alerta, que normalmente tocan las patrullas por un ataque entrante, nunca sonó. Más tarde, se supo que los forasteros habían matado a las patrullas, lo que aumentó el número de muertos. De pronto, escuché el aullido desconsolado de Alfa Martin cuando el vínculo de pareja entre él y Luna Emilia se desvaneció y finalmente murió. También escuché los gritos de Lincon mientras lamentaba la pérdida de su madre y su hermana pequeña y los aullidos destrozados de todos los miembros de la manada. Más tarde ese mismo día, los líderes de Zircon Moon informaron a todas las manadas vecinas de la trágica pérdida después de limpiar la horrible escena.

Entonces, todos los ojos se volvieron hacia mí, la pequeña cubierta de sangre tanto de la madre como de la niña. La única sobreviviente de aquella masacre, quien realmente no debería haber vivido, y sobre quien ahora recaía la culpa, y a quien cuestionaban por no haber muerto.

¿Por qué yo, un cachorro de Beta, tuve la suerte de vivir, mientras que nuestra Luna y nuestro ángel, tuvieron que morir?

No obstante, nadie jamás se imaginó el dolor que sentí al ver a mi mejor amiga morir mutilada, o los gritos distantes de Luna que no podía manejar el ataque por sí misma. En ese momento, Lincon me miró con una tristeza realmente insoportable. Alfa Martin me frunció el ceño con tanta repugnancia que mi mente infantil no pudo comprender el calor de su ira. Pero no era solo su odio, en realidad era el odio de toda la manada, incluidos mis padres y mi hermana mayor.

Una vez que supieron que había sido idea mía que con Liliana fuéramos al estanque, mi destino quedó sellado.

Aquel día, no solo perdí a Liliana y a la tía Emy, también perdí a mi manada y a mi familia, quienes nunca más me miraron de la misma manera. Me marcaron oficialmente como una mancha de excremento de hombre lobo. Yo, Cecilia Scott, fui tildada de criminal.

Con el tiempo, Lincon también llegó a odiarme, aunque no lo culpaba, ya que debido a mi imprudencia había perdido a la mitad de su familia.

Después de ocho años de aquella desgracia, aún me encontraba en una celda de prisión hecha solo para los hombres lobo de menor rango. A lo lejos podían observarse otras celdas donde los guardias encerraban a los delincuentes y renegados para interrogarlos y torturarlos. El hecho de haber sido llevada al mismo calabozo que las bestias reales hablaba por sí mismo sobre cómo me veía la manada.

Incluso, cuando los guardias estaban aburridos se "divertían" conmigo. Nadie podía detenerlos, y en caso de que lo hicieran, tampoco hubieran querido. Me cortaban y me golpeaban, solo para ver cuánto podía soportar antes de desmayarme.

Aunque, eso no fue lo peor de todo. Había un guardia al que odiaba más y quien más me aterrorizaba. Había llevado su juego a otro nivel. Eran juegos diferentes a los que estaba acostumbrado, desde que tenía catorce años, pero..., a medida que fui creciendo, entendí lo que significaban aquellos juegos, que terminaron dejándome arruinada, toda golpeada y sucia.

Cuando no estaba allí abajo en el frío glacial, debía trabajar como esclava de la manada. Esa era la única razón por la que Alfa Martin todavía no me había ejecutado. Fregar los pisos de la casa de arriba a abajo, lavar la ropa y lavar los platos eran solo algunas de mis funciones. Además, tenía prohibido acercarme a la comida, porque temían que pudiera envenenar a la manada.

Inevitablemente, los rumores parecen tener más peso contra los indefensos.

Los Omegas supervisaban la cocina, aunque sus miradas de odio no eran nada nuevo para mí. Dar un paso en dirección a la cocina de la manada equivalía a escupirles en la cara. Cuando lavaba los platos era la única vez que me permitían estar en la cocina, y esperaban que cada plato estuviera impecable. Con cada cosa que hacía mal, Molly, la cocinera en jefe, y el jefe de los Omega me golpeaban con un arma de su elección, incluidos cuchillos. A veces, los otros Omegas saboteaban mi trabajo a propósito, para ver cómo me golpeaban. En consecuencia, mi dolor se convirtió en su entretenimiento y, a juzgar por sus sonrisas siniestras, no planeaban detenerse pronto.

A veces, las palizas eran tan fuertes que tenía que ser atendida por un médico. Pero él era como el resto de la manada y también me culpaba por la pérdida. Tan solo me daba un analgésico suave para que luego continuara como si nada. Ni una sola vez había vendado mis heridas, sino que las dejaba que cicatrizaran y se curaran por sí mismas, por lo tanto, mi cuerpo estaba lleno de cicatrices que nunca había recibido el tratamiento adecuado que necesitaban.

Nunca me permitieron un día libre, ya que el Alfa había determinado que no merecía el ocio. Trabajé sin descanso desde el amanecer hasta el atardecer, con las manos en un balde de agua jabonosa, de rodillas limpiando la suciedad de los pisos impolutos. Nunca hubo un momento aburrido, porque constantemente me derribaban mi balde, o me empujaban dentro de él, o era golpeada en la cara o en la espalda por un miembro al azar. Se suponía que los esclavos debían ser abusados. Además de ser sirvientes incluso hasta podían servir como sacos de boxeo, y ese fue mi destino.

Tuve que soportarlo todo, incluso no me permitían gritar, llorar o rogar. Me había convertido en la muñeca silenciosa de Zircon Moon. De hecho, las muñecas no hablan ni se quejan, reciben el trato que legítimamente se merecen. Pero las muñecas reales incluso eran tratadas mejor que yo. En el caso en que un cachorro arruinara una muñeca, la madre podría volver a coserla y volvería a estar bien. Por consiguiente, el cachorro estaría feliz hasta la próxima lágrima.

Pero yo no tenía a nadie que me cosiera de nuevo. Mi madre había renunciado a ese deber y mi padre había actuado como si yo no existiera. Alicia, mi alguna vez amada hermana, participó en mi tormento, junto con sus amigos. Como hermana mayor, uno pensaría que no dudaría en protegerme, pero, por el contrario, encontró un inmenso placer en lastimarme.

No obstante, no podía decir que su abandono ya no me lastimaba, de hecho sentía el mismo dolor con cada paliza que me daban, al menos que fueran propinadas por Alfa Martin o Lincon. Dado su estado y la cantidad de poder que fluía a través de su sangre Alfa, su brutalidad era suficiente para dejarme incapacitada durante varios días.

Me culpaban por la destrucción de su familia. Para ellos, había sido yo quien había arrancado el corazón de nuestra manada. Sin embargo, en el fondo, estaba segura de que creían que yo era inocente, pero necesitaban un chivo expiatorio para desahogar sus sentimientos de ira, y yo cumplía todos los requisitos.

A pesar de todo el dolor por el que me habían hecho pasar, todavía tenía esperanzas. Ansiaba que algún día pudiera encontrar a mi pareja, la otra mitad de mi alma. Cada lobo tenía un compañero, su amante eterno, emparejado por la mismísima Diosa de la Luna. Esperaba que mi compañero, quienquiera que fuera, me sacara de aquel infierno y me amara .

Eso era lo único que deseaba. Aquella pequeña pizca de felicidad a través del vínculo de pareja.

«Por favor, diosa de la luna. Concédeme esa felicidad, sálvame de este lugar.»

«Por favor…»